Vivir otro tiempo, sentir la sensación de estar a la deriva, en medio del Océano Atlántico, y olvidarse de sí mismo para transportarnos a otro mundo de veras prehistórico, está a un paso del viajero con ganas de sentirse las profundidades: tras una estancia en la isla de El Hierro, la más pequeña de las Canarias con sus apenas 287 km2, volvemos al mundo limpios, estrenando una nueva vida.
El Hierro, si se observa un mapa de Canarias, es la pequeña isla triangular que está más al sudoeste, como si fuera, de un momento a otro, a desgajarse del resto del Archipiélago para flotar a la deriva por el Océano Atlántico. Al llegar (veinte minutos en avión o poco más de dos horas en barco, saliendo de Tenerife) se tiene enseguida la sensación de estar en un lugar primigenio. Pareciera mentira que una isla volcánica tan pequeña depare tal variedad de paisajes y vistas, tantas leyendas, microclimas, curiosidades. El Hierro o Isla del Meridiano Cero se mantiene casi inalterada, de ahí su fama de isla ecológica y su título de Reserva de la Biosfera, de ahí que sus singulares fondos marinos acojan pruebas mundiales de fotografía submarina.
Puerto y aeropuerto están muy cerca, y los viajeros confluyen en la única carretera (indispensable alquilar un coche, casi no hay servicio de autobuses) que asciende desde la costa hasta Valverde, la capital. Comenzó la ruta de los grandes desniveles y las distancias cortas que revelan panorámicas y contrastes espectaculares, porque esta tierra es también la isla de los miradores. Desde Valverde, cuestión de cinco minutos, se llega por la misma carretera a los Miradores de Jinama (si gira a la izquierda) y La Peña (a la derecha): abrimos mucho los ojos para que quepa la magnífica vista: todo el norte de la isla, es decir, la zona de Frontera o El Golfo, un hermoso valle cuyo fin se desdibuja porque cielo y mar juegan con sus azules hasta hacer sentir que la isla flota en el aire limpio. Abajo se ven los Roques del Salmor, célebres también porque dan su nombre al Lagarto Gigante de El Hierro, una especie endémica que estuvo en vías de extinción pero que fue felizmente recuperada gracias a los esfuerzos de biólogos de medio mundo.
Fotografía: David Olivera
El Hierro, también conocida como Isla del Meridiano Cero debido a que el cardenal Richelieu, en 1634 y siguiendo a Ptolomeo, ordenó a los cartógrafos colocar en el extremo más occidental ese primer meridiano desde el que ordenar el mundo, presume de tener uno de los túneles más singulares del planeta, una endiablada pendiente que en diez minutos llevan al viajero de Valverde a Frontera. Otro desnivel de altura. A mano derecha la mar, a mano izquierda la escarpada ladera que enmarca el valle de El Golfo, enfrente, la única recta de las carreteras de la isla. Más o menos a la mitad se visitará, dando un paseo, el hotel más pequeño del mundo, en Puntagrande, desde el que se ven muy cerca los Roques del Salmor. Media vuelta y cinco minutos en coche para entrar al Lagartario (el particular parque jurásico herreño) y al ecomuseo de Guinea. Fauna, cultura tradicional e historia se dan la mano en esta visita imprescindible: los grandes lagartos (en torno a los 60 cm) dormitan en sus nidales y a veces nos asustan hinchando sus negros pescuezos, obligándonos a pensar en dinosaurios. El poblado de Guinea resume en media hora de visita seis siglos de historia de la isla: desde los bimbaches, nombre que reciben los antiguos pobladores prehispánicos de El Hierro, hasta el siglo XIX, a través de una recreación de los diversos tipos de vivienda y utensilios cotidianos, desde las primeras cuevas volcánicas utilizadas por los guanches herreños hasta las chozas de paja y piedra. La escasez de agua en esta isla repleta de volcanes reventados por antiguas erupciones es histórica, y hasta la época de los bimbaches, antes de la conquista a manos de los españoles en el siglo XV, se remonta la leyenda del Garoé o Árbol Santo, un tilo de gran altura que destilaba agua y que en los peores momentos de sequía salvó a la población aborigen de la sed. Los bimbaches, en cierto sentido, siguen muy presentes en la isla, que ha sabido conservar sus vestigios, como las misteriosas inscripciones que realizaron sobre piedras en diversos lugares, aunque sus más famosos mensajes se encuentran tallados sobre lavas en la zona de El Julan.
El mar, presencia constante, está siempre al final de todas las rutas y tras deshacer el camino y volver a Valverde, carretera adelante en dirección a El Pinar, enseguida se llega al centro de El Hierro, la meseta de Nisdafe, verdes pastos donde es fácil toparse con ovejas, caballos, vacas y, cuando menos se espera, flotando sobre el mar de nubes, la isla canaria de La Palma, a lo lejos. Se comprende, así, de golpe, el fenómeno de la insularidad, el aislamiento.
Los primeros pinos canarios, tras diez minutos al volante, reciben al visitante con su altura y sus troncos resistentes al fuego, los grandes pinos que dan nombre a El Pinar, último municipio creado en España, pues hasta 2007 este pueblo formaba parte de Frontera. En medio del monte de pinos empieza la carretera que nos lleva hacia La Dehesa, el verdadero corazón de esta tierra, porque en ese paraje austero se erige la Ermita de Nuestra Señora de los Reyes, patrona de los herreños, efigie muy venerada que propicia la celebración, cada cuatro años, de la Bajada de la Virgen, principal fiesta religiosa de El Hierro. Bendecido por la hermosa imagen, el viajero se dejará cautivar por otro de los grandes misterios de este paisaje: el bosque de sabinas, unos árboles endémicos cuyos troncos retorcidos por el viento dejan sin palabras. Carretera abajo guía la visita la estatura fenomenal del Faro de Orchillas, centinela del Mar de las Calmas, ese trozo de océano que nunca surcan los vientos y que se alarga hasta La Restinga, en el extremo sur de El Hierro, encantador pueblo de pescadores y paraíso de submarinistas llegados desde todas partes del planeta en busca de sus magníficas inmersiones. Erguido sobre el acantilado, el Faro de Orchillas alumbra: llegó el viajero al fin, el punto más occidental de Europa. Fin o principio, según se mire, que para eso se está en el meridiano cero, en el principio del principio.